Querido Lobo Feroz:
Sé que esta vida ha sido muy difícil para ti; te han dado el papel de villano y te has visto forzado a cumplirlo, a causa de esos estúpidos cerditos con afán de protagonismo.
Ay, amor mío; ¡Si tan sólo te conocieran realmente! ¡Si pudieran ver lo que hay detrás de esa imagen prefabricada por los cuentos! Me resulta molesto que te hagan ver como tonto despiadado, si tienes una inteligencia brutal. Odio realmente cuando los puerquitos se burlan de ti y más al final; ese momento en que disfrutan tu -supuesta- muerte en una caldera.
Eres noble, como los de tu especie y sabes ser leal, esa es la razón de mi reproche por no matar a Pedro. Hubiera resultado tan sencillo. Sé que por naturaleza no matas humanos, pero Pedro lo merecía; por mentiroso.
Jamás olvidaré el momento en que te vi por primera vez en el bosque, aunque he de confesarte que ya había escuchado tu aullido y se erizó mi piel esa madrugada. Aunque nada se comparará jamás al aullido con el que me llamas donde quiera que estés o al que brota de tu ser al llegar al clímax. Tus ojos me atraparon desde que los vi, mucho antes que tu voz.
¿Que si siento celos de Blanca Nieves por que ronda por el bosque? No, nunca. Tampoco de alguna hembra de tu especie que ose merodear por mi bosque.
¡Tan poco saben de ti! Eres monógamo, solitario y territorial, cariñoso en mis días difíciles. Eres fuego, eres pasión y eso con una hembra es una vez al año, conmigo cada que el deseo nos convoque.
No tienen idea de lo que es amanecer entre tus brazos, vivir una noche de tu sol, estremecerse con tu aliento en el cuello y sentir como encajas lentamente los dientes sin lastimar, saber que me buscas con tu mirada nictálope me hace sentir tan protegida, tan segura, como escuchar tu gruñido si alguien se me acerca.
Creo que es hora de que descanses un poco, amor. Déjame ser yo quien te busque, quien muera de deseos por cazarte. Sé mi presa y déjate llevar. Otra vez, como la segunda ocasión que nos encontramos. Sabes que soy cazadora por eso puedo andar en tu bosque o en cualquier otro sin miedo a los lobos, a los príncipes, a los centauros. Me ven tan ingenua y cuando ven que abro la boca y descubro la cabeza, deslizando la parte superior de la capa, me tienen miedo.
Lo sabes bien, lo único que me podría poner a temblar sería un guerrero y es probable que si decide luchar a mi lado, me vaya con él pero esos no se cruzan con frecuencia por mi camino, así que no te preocupes.
Entrégate esta noche, déjame hacerte mío, gruñe de placer mientras ahogo mis gemidos, aulla. Mañana cambiamos de nuevo los papeles.
Es probable que no hayas escuchado, yo si. Estoy harta de Pedro y voy a hacer lo que tú no. Regreso en breve.
Tuya siempre.
Caperucita.
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