Antes de dormir te escribo, puntito azul.
Por alguna razón que desconozco desde que abrí los ojos por la mañana, hasta este momento tu recuerdo me acecha como si fueras real, como si en cualquier instante fueras a aparecer y materializarte.
Tu nombre me besa los labios y al pronunciarlo, sus últimas letras me vibran en la lengua al chocar con los dientes y suena a música, a ese último suspiro que te deja un orgasmo.
Me sabe a cielo, cielo. Me sabe a amor, amor. Me sabe a ti, hombre. Me estremece como tú, muso irrepetible.
Nostalgia amarilla de una inspiración azul.
Despiertas mi deseo animal, salvaje, de hembra, que sube desde las entrañas y provoca temblores en mi cuerpo.
Podría describirte y delinearte, mientras te paladeo y te degusto. Podría escribir acerca de tu espalda de la misma forma que escribí en ella, en azul. De tus labios mordibles o de tu hermoso perfil. De lo varonil y culto que eres, de lo aventurero e intempestivo de tu carácter, de lo romántico, tierno, dulce y el amor al detalle que tienes. De lo alegre de tu ser y la forma en que simplificas todo. De la manera en que podías derretir a la escarcha, encender a la mujer y sacar a flote mis defectos y aún así, quedarte. De cómo controlaste a mis demonios y con música domaste a la fiera. Podría escribir de tu personalidad arrolladora y de lo interesante que es un hombre como tú.
Pero no lo haré. No existes. Eres mi muso inventado que en un tiempo fue real. Que se desdobló de mis letras y me obligó a plasmarme de nuevo.
Mi amor silente tiene que decirlo mientras me muerdo los labios y ronroneo como gata en celo: ¡cómo me encantas, cabrón!
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