La vida te regala las respuestas que tanto pides cuando menos lo esperas y este fin de semana, no fue la excepción.
He de confesar que me encanta la sensación de ser abrazada con el alma, de esos abrazos que cuando te sueltan, aún te queda la sensación en el cuerpo.
De la familia que te regala el mundo en sus giros y que no necesita tener la misma sangre o apellido, siempre hay algo más fuerte que une.
Y en el momento que hay niños, se eleva la consciencia, se abre la mente y nos elevamos a su nivel.
Fue en ese momento, que volteo a mi derecha y veo a dos niños coloreando precioso. Una de ellas; además de colorear dibujaba sobre lo ya hecho y le cambiaba el sentido y CREABA. Agregaba colores, formas y de una niña hizo una conejita y fue haciendo cada vez más grande ese dibujo, hasta que no tuvo hoja, así que le dio la vuelta y calcó de nuevo el dibujo original que era una niña, y volvió a crear sobre eso, otra historia.
En ese momento, me vi a mi, de niña. Y recordé que mi primer texto grande lo escribí a los diez años y desde entonces me plasmo en letras, y que tuvieron que pasar muchos años para perder el miedo de que los demás me leyeran y pudieran ver una parte de mi en ellas. Más tiempo aún, para publicarlas y más todavía para darles voz. Y por extraño que parezca, no sentir el miedo decirle a alguien: te escribí algo, eres mi muso, mis letras son para ti.
Si, es mi talento. Yo, creo. Tengo tanta tinta en el tintero ansiosa por ser leída y por poder agitar las fibras del alma de algún hermoso lector o solamente poder acariciar un sentir. Historias que pueden hacer volar la imaginación y hacer soñar un poco.
Esa es la respuesta a mi pregunta: escribo porque hay alguien en algún lugar que me lee y puede identificar su sentir con el mío y darse cuenta de que finalmente, todos estamos hechos de la misma materia por dentro : el amor.
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