Y un día pasó. No te diste o no quisiste darte cuenta de que tenías mi ser entero para ti; mi alma iba a tu encuentro cada que tenía que desdoblarme en letras, mi cuerpo reaccionaba por ti con distintas humedades, la mitad completa de mi mente la comiste a mordidas, mi corazón te llamaba con cada uno de sus latidos.
Creo que no notaste mi ausencia prolongada, ni la falta de detalles y comentarios tontos sólo por arrancarte la risa y celosamente guardarla para mi. Parece ser que también te pasó de largo el hecho de que ya no había un mensaje o un correo a mis deshoras para ti, que por cierto, era el último de la madrugada, si es que alguna vez te fijaste en la hora y el primero de la mañana. Fue tan recurrente que tal vez se te hizo costumbre, aunque he de admitir que yo extraño tener destinatario para mi tinta azul y pensar (tontamente) que te podía regalar un momento y una sonrisa.
Puede ser que tu ego pensara que estaría siempre para ti, como estaba: enamorada hasta el embrutecimiento, (mis neuronas se reclamaban entre si, pero mis vuelos nocturnos estaban felices, mis lágrimas rodaban amargas, pero mis células vibraban felices, mi insomnio imaginativo se sentía realizado, pero hoy mi sueño profundo se lo agradece) y dejaste mi amor para cualquier otro día, incluyendo mi tiempo.
Algo pasó, no sé que fue y te dedicaste a perderme. (Si, por si alguna duda te queda: me tenías). No tuviste tiempo para mi, tu lista de pretextos es muy reducida, dicho sea de paso, para no verme. Te encerraste en tu mundo muy aparte y sin avisar, de golpe me empujaste a la nada.
Ahora, ya no es lo mismo, mi vida. Hace tiempo que no me ves y no me escuchas, tampoco me sientes. Mi mirada y mi sonrisa, ya no son por ti.
Claro, todo esto sería real y te dolería, como a mí en su momento, si realmente en algún instante me hubieras amado.
Estabas jugando a perderme; te aviso: acabas de ganar.
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