Tu mirada me quema. Quema mis ojos cuando se posan los tuyos sobre ellos, me pierdo por completo y me rindo ante las llamas que seductoramente bailan en tus pupilas.
Tus manos me encienden al mínimo roce y cuando recorren mi cuerpo me hierve la sangre, me elevas la temperatura, transpiro pasión cuando tu ansiedad me busca.
Tu boca me abrasa al sentirla en la mía, tu lengua calienta mis ganas y tu saliva es lava volcánica.
Tu cuerpo perfectamente trazado por una línea recta combustiona al mío, lo convulsiona, lo prende, lo electriza. Ateza todas mis pasiones y altera emociones que no surgen con alguien más, solo contigo.
Tu voz en mi oído funde todos mis límites y buenos principios para hacerlos llegar a sus finales.
Tu mente perversa -que es lo que más me excita- calcina a la mía, la vuelve cenizas y soy completamente tuya.
Eres deseo, provocación, sensualidad materializada, sexualidad a flor de piel, ardor, enardecimiento, arrebato, un volcán en erupción.
Eso eres tu, mi hombre de fuego. Yo, tu mujer ardiente. Te propongo que hagamos un incendio y llenemos el cielo de fuegos artificiales.
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