Medianoche y llueve.
Ha llovido todo el día allá, afuera y también llovió todo el día, acá, adentro.
Mis ojos se volvieron nubes desde temprano y empezaron con una ligera llovizna que el chipi chipi impidió que la máscara para pestañas se fijara, mucho menos el maquillaje.
Desperté con sensación de pérdida de ti, de lejanía, de manos vacías, de suspiros agonizantes, de corazón desangrante, de ansiedad ansiosa, de nostalgia amarilla por tu verde bilis y lloví.
Hubo una tormenta en mis ojos en la tarde, los truenos eran mis sollozos y los relámpagos el dolor de mi agonía. Fue tormenta eléctrica, todo mi cuerpo recibía la corriente y temblaba.
Tengo que decirlo, solamente tres hombres podrían conseguir que saliera en pleno diluvio: mi hijo, mi padre y tu. Y el primero lo consiguió, me derritió con su mirada de miel.
Tardé más de la cuenta en regresar a casa, soy una amante de las tardes lluviosas y se me atravesó un parque con una banca y una fuente, así que me estacioné y me bajé. Me puse los audífonos, encendí el mp3 cuya frase de pantalla dice : every moment has its music. Y tenía música para lluvia.
Dejé de llover para sentir la lluvia y tuve que parar la música. El concierto que el cielo me ofrecía era superior a cualquier cosa.
Había un torneo de bolos. Si, los ángeles jugaban bolos. Cada trueno era la bola rodando y de tanto en tanto, al caer el relámpago, eran chuzas.
Un ángel me besó, ¡lo juro! No como tu, aclaro. Una gota cayó exactamente en la punta de mi nariz y cuando eso pasa, es que te ha besado un ángel.
Amo la lluvia, por que me entiende y se mimetiza conmigo, se lleva mis lágrimas y les cambia el sabor. Me inspira, por eso escribo este sin sentido sentido porque de pronto dejaste de ser mi hombre de fuego y te convertiste en mi hombre de agua y créeme, muero de sed.
Al regresar noté que ya no llovía, adentro, aunque afuera, las nubes siguen llorando.
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