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sábado, 9 de marzo de 2013

La última para ti.


Mira, negro, déjame te explico. Me enamoro una o dos o tres veces al día. Me enamoro por una hora, un día, una semana, un mes. En algunas ocasiones me dura un poco más el enamoramiento -son contados los casos- pero no llega a los dos años.

No tengo alguna preferencia. Me enamoro igual de un perfecto caballero que de un perfecto patán. De una elegancia al vestir que de unos jeans deslavados. De un cabello corto a una larga melena. De unas manos delicadas a unas toscas. De un poeta, rocker o trovador solitario. De un tímido o de un atrevido. De una voz, una mirada, una manera de fumar, de escribir, de unos labios, de una música: su música. Me enamoro lo que dura mi cigarro o la inspiración y el tiempo que tarde en plasmarme...da igual, a fin de cuentas termina doliendo lo mismo: una hora, un cigarro, un mes, depende de la intensidad del desengaño.

Por que ninguno de estos hombres se enamora de mi y tu, no eres la excepción.

No, negro, no te asustes, no pretendo que me ames ni hacerte reclamo alguno, es tan grande tu miedo como poca mi paciencia. Pude haberte amado un tiempo infinitamente eterno y hacerte volar, pero te dan miedo las alturas y ver que hay cuando despegas los pies del piso.

Si leíste bien, hablo en primera persona "yo amarte", que quede claro el punto, no "tu amarme".

Fue un deleite haber compartido contigo, negro. Pero dulcemente me despido, con el aroma a jardín recién regado y con la suavidad de una flor moviéndose al viento. Te dejo tus libertades llenas de ataduras y me llevo mi amor amando a destiempo, que seguramente alguien amará.  Así pues, te amé como idiota tres semanas, a la cuarta te caíste del nicho.
Me voy, negro, ya sabes donde encontrarme.

Aquí estuve para ti.

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