Mira, negro,
déjame te explico. Me enamoro una o dos o tres veces al día. Me enamoro por una
hora, un día, una semana, un mes. En algunas ocasiones me dura un poco más el
enamoramiento -son contados los casos- pero no llega a los dos años.
No tengo
alguna preferencia. Me enamoro igual de un perfecto caballero que de un
perfecto patán. De una elegancia al vestir que de unos jeans deslavados. De un
cabello corto a una larga melena. De unas manos delicadas a unas toscas. De un
poeta, rocker o trovador solitario. De un tímido o de un atrevido. De una voz,
una mirada, una manera de fumar, de escribir, de unos labios, de una música: su
música. Me enamoro lo que dura mi cigarro o la inspiración y el tiempo que
tarde en plasmarme...da igual, a fin de cuentas termina doliendo lo mismo: una
hora, un cigarro, un mes, depende de la intensidad del desengaño.
Por que
ninguno de estos hombres se enamora de mi y tu, no eres la excepción.
No, negro,
no te asustes, no pretendo que me ames ni hacerte reclamo alguno, es tan grande
tu miedo como poca mi paciencia. Pude haberte amado un tiempo infinitamente
eterno y hacerte volar, pero te dan miedo las alturas y ver que hay cuando
despegas los pies del piso.
Si leíste
bien, hablo en primera persona "yo amarte", que quede claro el punto,
no "tu amarme".
Fue un
deleite haber compartido contigo, negro. Pero dulcemente me despido, con el
aroma a jardín recién regado y con la suavidad de una flor moviéndose al
viento. Te dejo tus libertades llenas de ataduras y me llevo mi amor amando a
destiempo, que seguramente alguien amará. Así pues, te amé como idiota
tres semanas, a la cuarta te caíste del nicho.
Me voy,
negro, ya sabes donde encontrarme.
Aquí estuve
para ti.
Aplausos, para la mujer que sabe cómo decir adiós.
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